El licor maldito de EEUU regresa a los bares reconvertido en un clásico de la coctelería y en la estrella de los speakeasies.
Por Tatiana López
Licor maldito, musa de la prohibición y tradición para una América que todavía masca tabaco y viaja en tractor, pocas bebidas como el moonshine han significado cosas tan diferentes para tantas generaciones de EEUU. Desde los primeros colonos, que utilizaron este licor como un arma de desarrollo y rebelión, a los traficantes de la “ley seca”, que supieron sacar rendimiento a su elevada graduación, el moonshine ha sido durante siglos sinónimo de clandestinidad y de lujo prohibido.
Ahora, y tras años relegado a destilerías clandestinas, el whisky de la prohibición regresa reconvertido en un elemento imprescindible de la coctelería contemporánea.
Historia de un licor prohibido
Aunque existen muchas teorías sobre el nacimiento de esta bebida, la mayoría de expertos coinciden en que este aguardiente casero fue originalmente creado como una suerte de afrenta al primer gobierno estadounidense.
Corría el año 1783 cuando las colonias de EEUU conseguían ganar su libertad tras años batallando contra la Corona Británica. Pero como ninguna guerra es gratis, y mucho menos barata, el precio que el Nuevo Mundo pagó por su independencia pronto comenzó a acumularse sobre los hombros de los contribuyentes que se vieron acosados ante una subida impositiva del alcohol. Los colonos, que se habían levantado en armas contra la avaricia de las arcas británicas, prefirieron esta vez ignorar al gobierno y comenzaron a destilar su propio alcohol artesanal, casi siempre a la luz de la luna (moonshine en su traducción en inglés), y normalmente burlando a las autoridades. Nacía oficialmente el moonshine un whisky de alta graduación, y sin casi maceración en barril, que los agricultores sacaban de sus excedentes de maíz y que pronto se convertiría en la bebida preferida del país.
El whisky de la prohibición
Durante siglos la imagen romántica de los contrabandistas que se reunían en los bosques para destilar whisky ilegal dio lugar a decenas de leyendas hasta que en 1919 el Congreso de los EEUU aprobó la llamada enmienda XVIII a la Constitución que prohibía la distribución, producción y el consumo de bebidas alcohólicas.
Curiosamente, y aunque en aquella época los hombres eran los únicos autorizados a beber, fue la Liga de las Mujeres, que relacionaba el consumo de alcohol con los altos índices de maltrato, la que acabó por imponer la abstención en una nación que tendría que esperar más de una década para poder emborracharse legalmente.
Como era de esperar la llegada de la prohibición no terminó con el consumo de alcohol, aunque sí agudizó la imaginación de los empresarios nocturnos que comenzaron a abrir bares clandestinos, ocultos normalmente en la trastienda de algún negocio legal. Eran los años en que existían fruterías sin una sola manzana pero con suficiente whisky en el almacén como para abastecer a todo New York. La costumbre de pedir a los clientes que hablasen bajito (speak easy) para no alertar a las autoridades terminó por bautizar a estos locales cuya existencia está íntimamente ligada a la historia de la coctelería.
Vuelven los bares ocultos
Pero si existe un tipo de bebida capaz de sobrevivir a los tiempos es este whisky prohibido a quien la crisis económica de 2007, y la consecuente relajación de las leyes del alcohol, volvieron a poner de moda gracias al nacimiento de destilerías como Ole Smoky, cuya apuesta por recuperar la fórmula tradicional ha acabado por convertirla en un referente en licores.
Los nuevos speakeasies, que a menudo imitan el ambiente de la prohibición, son lugares como Please Don’t Tell, un local en Manhattan que, oculto bajo la apariencia de una hamburguesería vulgar, esconde en su interior uno de los clubs más exclusivos de la ciudad. Para poder disfrutar de sus cócteles hay que marcar el número 2 en una vieja cabina de teléfonos que se esconde al lado de la barra y que oculta una puerta secreta.
Algo parecido ocurre con el exclusivo restaurante PX, en la ciudad de Alexandria, y en el que sólo un candil azul encendido nos enseña la entrada a este lugar forrado de madera y cuero y que cuenta con una amplísima carta de Spirits.
También en Los Ángeles clásicos como The Varnish exigen a sus clientes corrección y no utilizar un lenguaje vulgar si quieren disfrutar de alguno de sus cócteles clásicos en un ambiente que, más de 100 años después, todavía suena a jazz y sabe a moonshine.
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